La semana pasada nuestras tropas de la OTAN confundieron a una 
familia que paseaba por su pueblo, Gerda Serai, al este de Afganistán, 
con una célula terrorista. Mataron a los padres y sus seis hijos. Mojamé
 nació en esa región, Paktia, una de las 34 que juntas llamamos 
Afganistán, como si hablásemos de un país. Mojamé no tiene ni idea de 
por qué están allí los demonios occidentales, nunca ha oído hablar del 
World Trade Center. Para él Kabul es otro mundo, uno que no comprende, 
es el mundo de los invasores y Karzai, que apenas controlan la capital y
 unos 40 kilómetros alrededor. Para entendernos, es como si la ley 
(occidental) solo imperara en Madrid capital, y a partir de Colmenar, 
Fuenlabrada o Getafe, se abriese al resto de España la jungla (la ley 
musulmana y tribal). Mucho más cerca está Pakistán, donde viven 
tranquilamente los restos de Al Qaeda. Hoy es viernes, el único día de 
la semana en que su esposa puede salir de casa, a la mezquita con burka 
(el niqab, que deja ver los ojos, le parece indecente). Sacan la vieja 
furgoneta soviética y Mojamé abre el portón de atrás para meter a su 
mujer en cuclillas, donde nosotros llevamos al perro (ni eso, a mi perra
 no la meto en un maletero, antes me voy andando). Después de los rezos 
dejará a la esposa encerrada en casa y acudirá a un acto social, en casa
 de Omar, muy cerca de los campos de opio, porque Afganistán vive de la 
heroína, es el primer productor mundial. Su amigo Omar, pese a que ya se
 ha comprado un niño bailarín para colmar sus necesidades sexuales, 
gusta de ofrecer veladas cuando otros hombres de negocios presentan sus 
lotes de Bacha Bazi antes de venderlos. Niños de nueve o diez años, los 
visten de mujer, los pintan como odaliscas, los hacen danzar 
sensualmente y entre los humos de la cachimba son violados. Los afganos 
pasan la juventud sin ver una mujer hasta después del matrimonio, y ese 
será el único rostro femenino de su vida, además de la madre. «Las 
mujeres son para los niños, los niños son para el placer», dice el 
proverbio afgano, o lo que nuestra progresía define como “peculiaridades
 culturales” en el ámbito de la “alianza de civilizaciones”.
  
Suele decirse, casi como un mantra, que de lo que se trataba era de 
sacar Afganistán de la Edad Media. Craso error. Con Carlomagno, año 800,
 Europa entra en un auténtico renacimiento cultural. El emperador obliga
 a abrir escuelas en todas las catedrales y monasterios, los 
benedictinos traducen clásicos griegos y miles de estudiantes, becados 
por el imperio, transcriben los latinos, generalizando en toda Europa el
 uso de la minúscula carolingia. En 1200, una ciudad de apenas 5.000 
habitantes como Burgos, levanta una catedral que hoy sería impensable, y
 en solo 25 años completan los habitantes de Chartres la suya. Alfonso X
 el Sabio crea la Escuela de Traductores, las Cántigas, la Siete 
Partidas o la crónica general, mientras romanceros ambulantes cantan el 
Poema del Mío Cid, la Canción de Roldán o la de los Nibelungos. Primero 
el románico y luego el gótico inundaron Europa toda en una pleamar 
cultural que, pese a las apariencias, no sería superada por el 
Renacimiento. Eso es la Edad Media, un nivel de civilización que los 
afganos ni siquiera soñaron.
No, Afganistán nunca llegó a la Edad 
Media, se cruzó antes el islam. Su máximo esplendor se remite a dos 
conquistadores, Ciro el Grande y Alejandro Magno, 250 años antes de 
Cristo. Allí encontró Alejandro a su reina, Roxana, y la lógica 
histórica podría haber llevado la región hacia una modernidad pareja a 
la persa o turca, pero no fue así. Gengis Khan y Tamerlan arrasaron el 
país, posteriormente la Ruta de la Seda dejaría algunas luces 
culturales, como los famosos budas de Bamiyan, Patrimonio de la 
Humanidad que los islamistas destruyeron en marzo de 2001, seis meses 
antes del ataque a las torres gemelas. Emires, reyes, persas, turcos, 
ingleses, franceses, soviéticos, chinos, indios, americanos, todos 
intentaron hacerse con la región, y todos fracasaron, porque como la 
mayoría de países musulmanes, Afganistán es solo una forzada acumulación
 de tribus.
Cuando se invadió Irak no fue la izquierda quien 
inventó las tres íes, fue el Papa Juan Pablo II con una lapidaria frase:
 «La guerra de Irak es injusta, ilegal e inmoral». Acuñó también la 
expresión “democracia imperial” para referirse a USA y sus aliados. La 
izquierda más hipócrita, eso que aquí se llamó zapaterismo, asumió la 
tesis del Santo Padre. Después no vieron inconveniente en invadir a 
sangre y fuego Libia. Legalidad significa que las dictaduras dirigentes 
del Consejo de Seguridad voten sí, moralidad de una guerra es cuanto 
menos discutible, y sobre la justicia… ¿Es justo permitir que Assad 
masacre en Siria a su población civil con armamento pesado? Algo que 
nunca hizo Gadafi. ¿Son justos los 10.000 asesinatos del Ejército sirio 
desde marzo de 2011?
Hoy mismo, viernes 1 de junio, el Ejército 
está bombardeando otra vez Houla. La semana pasada mataron allí a 108 
personas, 49 de ellas niños muy pequeños, 32 mujeres. Intervenir sería 
ilegal puesto que Rusia y China se oponen, pero más allá de convenciones
 absurdas, ¿sería conveniente? ¿Lo ha sido en Afganistán?
Un país 
son principalmente dos cosas: impuestos y fuerzas armadas, recaudación y
 monopolio de la violencia. En Afganistán, tras una década de guerra, no
 hay ni lo uno ni lo otro. En la última cumbre de la OTAN, Chicago 20 y 
21 de mayo, se estableció que para salir de Afganistán en 2014 se 
necesitan 4.100 millones de dólares al año con los que pagar a los 
228.500 policías y militares, el 90% de los cuales no sabe leer.
Al
 Qaeda, tal y como la conocimos, ya no existe. Sus mandos afganos viven 
en grandes casas de Pakistán protegidos por el ejército y sus servicios 
de seguridad (ISI). La gran actividad de Al Qaeda juega ahora en otras 
regiones, ampliando sus franquicias por el islam. Una de esas regiones 
es Siria. Al contrario que Baréin, donde la minoría suní sojuzga a la 
mayoría chií, en Siria la minoría alauí (una secta chií) tiraniza a la 
inmensa mayoría suní. Arabia Saudí apoya a los rebeldes, igual que Al 
Qaeda, mientras que Irán por su parte es el que sostiene a Assad, 
ayudado por rusos y chinos. Los cristianos sirios por su parte están con
 el gobierno, malo conocido, pues saben que si llegan los rebeldes no 
dejarán ni su recuerdo. ¿Siria sería mejor sin Assad? La mejor opción 
viable sería un régimen sunita tutelado por Arabia Saudí, lo que 
desencadenaría inmediatamente una guerra civil que, esta vez sí, tendría
 grandes posibilidades de extenderse a todo Medio Oriente. Si al lado de
 Afganistán hay una potencia nuclear, Pakistán, al lado de Siria está 
Irán, y los iraníes ni siquiera se molestan en hacerse pasar por aliados
 de occidente.
La cuestión no es intervención sí o no, sino 
intervenir ¿para qué? ¿Exactamente con qué objetivo? La osadía 
democratizadora ha terminado. El experimento de imponer el sufragio 
universal olvidando que las urnas son el último escalón, y no el más 
importante, acaba siempre en desastre. Por más que nos horrorice el 
calvario sirio, las fuerzas en conflicto van mucho más lejos que 
derrocar o no a un dictador. La administración americana y los aliados 
de la OTAN lo saben, ponen como excusa a China y Rusia, cuando la 
realidad es mucho más simple: no podemos ser la policía del mundo.
El 11-M Y EL “SUICIDIO POLÍTICO” DE AZNAR
Hace 2 semanas




No hay comentarios:
Publicar un comentario